Féliz Rodríguez de la Fuente es el padre intelectual de toda una generación de biólogos que se criaron viendo la serie «El Hombre y La Tierra» y comprando los fascículos de la «Enciclopedia Salvat de La Fauna». Yo soy uno de ellos, y entre todos llenamos las facultades de Biología de toda España durante los años 90, influenciados por la pasión y el entusiasmo que nos transmitió Félix. Todavía recuerdo dejar todo lo que estuviera haciendo para acudir corriendo frente a la televisión tan pronto como escuchaba aquella sintonía de Antón García Abril. Era como un ritual, una llamada del gran «chamán» de su tribu para que todos nos sentáramos frente a él dispuestos a escuchar lo que nos iba a contar.
Al margen de lo que nos enseñó y de lo mucho que aprendimos sobre los animales, Félix nos inculcó los auténticos valores del conservacionismo. Su discurso creó una conciencia social sobre la necesidad de relacionarse con la Naturaleza, para respetarla y para protegerla. Nos vinculó a todos con la conservación. Pero es importante recordar que el hombre tenía un importante papel en todos sus programas; su serie «El Hombre y la Tierra» no era una serie estrictamente zoológica, sino una serie sobre ecología en la que el hombre formaba parte del ecosistema. Él estaba convencido de que el hombre tenía que aprender a vivir en armonía con la naturaleza en toda su diversidad: «Entre el Hombre y la Tierra está el cordón umbilical, el abrazo profundo de la Madre Naturaleza».
Félix nació en Poza de la Sal (Burgos) el 14 de marzo de 1928. Allí pasó la mayor parte de su infancia corriendo aventuras por el campo, mientras los mayores eran movilizados por la Guerra Civil. Se crió con el sonido de los pájaros, envuelto en el espectáculo de la vida salvaje. Aunque su vocación fue siempre la Zoología, su padre, que era notario, le convenció para estudiar Medicina, que era una carrera con la se ganaría el futuro, mucho más que con la Biología. Cuando le preguntaban a un Félix ya famoso y popular por el origen de su cariño por los animales, él contestó: «Mi cariño por los animales no ha nacido nunca, mi cariño por los animales ES». Con tan solo 11 años de edad asistió a una batida de lobos; fue entonces cuando vio por primera vez, con la ayuda de sus inseparables prismáticos, la faz del lobo. Aquella visión de un animal noble, sereno e inteligente como el Lobo le cambiaría para siempre.
Pasó buena parte de sus años de estudiante universitario faltando a clase para salir al campo. Sólo se esforzaba cuando llegaban los exámenes, que siempre aprobaba con excelentes calificaciones. En aquellos años le influyó mucho Jose Antonio Valverde, un excelente zoólogo y ecólogo que acompañó a Félix en muchas de aquellas salidas de campo. Al terminar la carrera se graduó en Odontología, pero tan pronto como murió su padre se dedicó de lleno a su verdadera pasión, la Zoología, una disciplina que aprendió a base de leer libros. Fue su pasión por la lectura la que le dio el don de la palabra. Estaba siempre a la última, en una época en la que no existía internet ni redes sociales. Además de la Zoología y la Cetrería, a Félix le apasionaba también la Antropología.
Su llegada a Televisión Española en 1965 estuvo motivada por el viejo arte de la Cetrería, un arte que apasionaba a Félix. Allí llegó «desbordando» con su acentuada forma de hablar, y pronto se dio cuenta que en aquel medio se movía como pez en el agua. Le encantaba poder transmitir su mensaje a miles de personas. A partir de ese día construyó una dedicación que duraría hasta el fin de sus días.
Otro de los grandes influyentes en su carrera fue el etólogo Konrad Lorenz, de quien aprendería la técnica del «imprinting», la manera de troquelar a los animales (impregnarles para que crean que uno es su padre o pareja). Fue así como surgió la idea de utilizar animales troquelados para que ejercieran de «actores» durante sus filmaciones. Una vez dominada la técnica, solo tuvo que generar los escenarios adecuados para conseguir planos absolutamente inéditos. Algunas de sus técnicas para filmar documentales de naturaleza dieron la vuelta al mundo. A nadie se le olvida la impresión que causó en la sociedad española aquellas secuencias de los lobos persiguiendo a un Gamo, o las de los enfrentamientos entre los grandes sultanes de la Cabra Montés, o aquella famosa escena del Águila Real atrapando a una cría de Muflón.
Su activismo en defensa de la naturaleza le abrió numerosos frentes en una España que era todavía muy rural, y en la que estaba permitida, por ejemplo, la caza de aves rapaces. Era la España en la que todavía existía una «Junta de Extinción de Animales Dañinos», la España en la que muchos animales como el Lobo eran considerados y tratados como «alimañas». En medio de aquel panorama surgió la incuestionable figura de Félix, cuyo activismo pudo llegar hasta el mismísimo Franco, logrando cambiar muchas mentalidades y haciendo desaparecer todas aquellas leyes que permitían el exterminio de cualquier tipo de ser vivo. Su activismo fue mucho más influyente que el de las bases ecologistas de la época, limitadas a pequeñas manifestaciones en la calle o a firmar algunos manifiestos. El fue mucho más allá, entre otras cosas porque estaba absolutamente entregado a su trabajo y estaba convencido de que tenía que aprovechar su popularidad para desempeñar una importante labor por la conservación de nuestra biodiversidad.
Para la desgracia de todos los que recibimos sus enseñanzas a través de la televisión y de sus libros, Félix nos dejó el 15 de marzo de 1980, mientras filmaba desde una avioneta a los perros esquimales en Alaska. Todavía recuerdo el impacto que me causó recibir aquella terrible noticia. Lo primero que pensé fue… ¿qué va a ser de los lobos? Luego, durante los años de Universidad, tuve que defenderle frente a quienes cuestionaban su figura. Y ahora, viendo la deriva de la mayor parte del movimiento ecologista hacia un activismo radical, intransigente, cegado por el odio, que no sabe escuchar, que abusa de los mensajes apocalípticos, y que trata a la gente de los pueblos como si fueran escoria, ahora es cuando más echo en falta una figura como Félix. Es sencillamente irrepetible.
Él sembró en mí (al igual que en otros tantos de mi edad) el amor por la Naturaleza, y como discípulos suyos tenemos la obligación de mantener viva la llama de su mensaje, a través de la enseñanza y la divulgación del conocimiento, porque como él decía, «del conocimiento del animal salvaje nace el amor que salvaguarda nuestro patrimonio zoológico». Félix fue y siempre lo será una fuente de orgullo y de inspiración para todos los que vivimos de una manera u otra ligados a la Naturaleza.
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