21 de noviembre de 2024

Punto de Interpretación

El C.E.A. Los Llanillos ofrece a los visitantes una interpretación de la historia del Monte Abantos, a través de una serie de imágenes y presentaciones con las que se expone la evolución del paisaje escurialense, desde la llegada de Felipe II hasta nuestros días, poniendo el foco en la reforestación histórica iniciada en el siglo XIX por la Escuela Especial de Ingenieros de Montes de San Lorenzo de El Escorial. He aquí un resumen de lo que contamos en este punto de interpretación:

En un municipio como San Lorenzo de El Escorial, la historia juega un papel determinante. Podría decirse que las montañas del Guadarrama representan la “cuna” del naturalismo español: Desde la construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en el siglo XVI, hasta la reforestación histórica del Monte Abantos en el siglo XIX, todo está íntimamente relacionado con la naturaleza.

«A View of the Escorial» (Lucas van Uden, siglo XVII).

La extraordinaria belleza paisajística del valle de El Escorial desde lo alto de Malagón, cautivó desde siempre a Felipe II, siendo este uno de los motivos que le empujaron a edificar aquí su obra magna. Durante la construcción del monasterio, Felipe II encargó instalar tres grandes cruces de madera en lo alto de la sierra, dos en el entorno del puerto de Malagón, y una tercera en la cumbre del Monte Abantos. Aunque el acceso a aquellos lugares estaba repleto de dificultades, un 14 de noviembre de 1596, Felipe II trepó casi enfermo por los caminos hacia lo alto de Malagón, acompañado de todo su séquito, para sentarse junto a una de estas cruces y comer plácidamente mientras contemplaba el majestuoso espectáculo de la naturaleza. Era su particular “paraíso terrenal”.

En el año 1623 visitó El Escorial el entonces príncipe de Gales, Carlos I de Inglaterra. Invitado por el monarca español Felipe IV, el príncipe pasó un verano entero disfrutando de los paisajes y los bosques reales de El Escorial. Pero lo que realmente cautivó al joven Charles fueron los ojos de la infanta María, de quien no pudo evitar enamorarse. Al parecer, los encuentros furtivos entre el príncipe galés y la infanta española se sucedieron, hasta que el Conde-duque de Olivares tuvo que poner los medios para evitar que prosperase aquel amor, que era a todas luces “imposible”.

Años más tarde, en septiembre de 1628, llegó a España el ilustre pintor barroco Pieter Paul Rubens, volcado en sus misiones diplomáticas para que España e Inglaterra alcanzaran la paz, después de un largo conflicto que desangraba la economía, por no mencionar las vidas que se perdieron en los Países Bajos. Su estancia en Madrid duró nueve meses, un período que le permitió convertirse en cómplice y confidente de rey Felipe IV quien, pese a contar en la corte con un excelente pintor veinteañero llamado Diego Velázquez, encargó a Rubens la realización de algunas pinturas.

Uno de aquellos encargos consistió en obtener una panorámica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tomada a larga distancia. Felipe IV sabía que la única forma de comprender la magnitud de semejante obra arquitectónica, sería a través de una visión general que permitiera percibir la orquestación total de su arquitectura, en su relación con las montañas y los bosques que le rodean.

A principios de 1629, y tomando como referencia una de las cruces que coronaban las montañas, Rubens subió a caballo al alto de Malagón, acompañado de su buen amigo Velázquez, para acometer el encargo que le había hecho Felipe IV. Sobre una planicie abierta del puerto de Malagón, Rubens realizó un boceto con todo lo que abarcaban sus ojos. Aquel mismo año, el ya rey Carlos I de Inglaterra, otorgó al pintor flamenco el honorable título de sir.

El propio Carlos I le había manifestado al rey Felipe IV, el deseo de incluir en su galería de arte aquella obra del maestro Rubens. El recuerdo imborrable de la estancia del príncipe galés en El Escorial, que según sus propias palabras fueron los más felices de su vida, y el profundo dolor que le supuso alejarse de su amada la Infanta de España, hicieron irrefrenables sus deseos de poseer el cuadro de Rubens.

«La representación cósmica de El Escorial» (P.P. Rubens, 1640).

En abril de 1640, Rubens le hizo llegar a Carlos I de Inglaterra, “La Representación Cósmica de El Escorial”. Aunque la obra está firmada con las iniciales “P.P.R”, fue pasada a lienzo por su ayudante el pintor Peter Verhulst, siempre bajo la atenta mirada de Rubens. Junto al cuadro, una nota escrita por el propio Rubens decía lo siguiente:

He aquí la pintura de San Lorenzo de El Escorial, terminada según la capacidad del maestro Verhulst, bajo mi consejo. Dios quiera que la extravagancia del asunto pueda suponer algún contento para Su Majestad. Las montañas de la Sierra de Malagón son altas y abruptas, muy difíciles de subir y bajar. Teníamos las nubes por debajo de nosotros y en lo alto un cielo muy claro y sereno. En la cima existe una gran cruz de madera que se descubre fácilmente desde Madrid, y a su lado, una pequeña ermita dedicada a San Juan, que no se ha podido representar en este cuadro porque quedaba a nuestra espalda, y donde mora un ermitaño que se ve aquí con un borrico. Abajo se encuentra el soberbio edificio de San Lorenzo de El Escorial, con su pueblo y sus alamedas de árboles, sus estanques y el camino de Madrid”.

Durante los siglos XVII y XVIII las laderas del Monte Abantos fueron sometidas a talas descontroladas. No ocurrió así con el Bosque de La Herrería, que como pertenecía a los dominios del monasterio, siempre gozó de una protección especial por mandato expreso de los monarcas. Pero las laderas del Monte Abantos lucían totalmente «peladas» a mediados del siglo XIX.

En esta imagen tomada desde la estación de ferrocarril de El Escorial en el año 1861, puede apreciarse el aspecto totalmente deforestado que lucía el Monte Abantos.

Media España estaba prácticamente deforestada y no tardaron en surgir los primeros problemas de desabastecimiento de madera, algo que condujo a una creciente preocupación por parte de ciertos ámbitos del Estado. Se intentaron algunas actuaciones con el fin de aumentar la superficie boscosa del país, pero estas no se plasmaron de forma significativa hasta bien avanzado el siglo XIX, con la puesta en marcha de la primera Escuela de Ingenieros de Montes, instalada originalmente en el Castillo de Villaviciosa de Odón.

Bajo la dirección de Bernardo de la Torre Rojas, fundador del cuerpo de Ingenieros de Montes, la Escuela de Montes comenzó a impartir sus enseñanzas en el año 1848.  Allí se graduó Máximo Laguna y Villanueva, que además de ingeniero de montes era botánico y entomólogo. Laguna defendió a ultranza el Naturalismo Forestal, impulsando la necesidad de corregir las malas prácticas agroforestales, primando los criterios de conservación frente a los de la explotación. Podría decirse que Máximo Laguna es uno de los grandes precedentes del conservacionismo y la sostenibilidad en España.

A Máximo Laguna se le considera como uno de los precursores de los movimientos de conservación de la naturaleza en España.

En 1868 se graduó en la misma escuela otro de los «ilustres» ingenieros de montes de la época: Carlos Castel y Clemente. Además de ingeniero, Castel era naturalista y un prolífico escritor. Fue uno de los primeros cronistas forestales, y según sus escritos, nunca estuvo satisfecho con la instalación de la escuela en Villaviciosa de Odón, una decisión política que obedeció al desconocimiento y falta de interés del Gobierno.

Carlos Castel y Clemente
Carlos Castel y Cremente estuvo muy vinvulado a la revista «Montes» desde su creación.

Efectivamente, el emplazamiento de la escuela en Villaviciosa de Odón no gustó a nadie por varias razones. El castillo tenía una notable falta de luminosidad y pronto se quedó pequeño para albergar las colecciones científicas de los gabinetes. Además, los terrenos destinados a las prácticas era claramente insuficientes. Fue entonces cuando Mariano de la Paz Graells, ilustre naturalista del siglo XIX que vivía por aquel entonces en San Lorenzo de El Escorial, dijo en el Senado que la escuela «no tenía condiciones ningunas para las prácticas forestales completas, puesto que allí no hay más que tomillos y campos de pan llevar; de manera que no se podía haber elegido peor terreno para una escuela de selvicultura«.

Retrato del joven Graells, pintado por José Arrau Barba.

Aunque Graells es considerado como el padre de la Entomología Ibérica por su descubrimiento de la única especie de Mariposa Luna que vive en Europa (la Mariposa Isabelina, Graellsia isabelae),  sus aportaciones a la ciencia fueron considerables. A él le debemos el descubrimiento de multitud de especies, tanto de animales como de plantas. Muchos de sus trabajos sobre la biología, la taxonomía y la catalogación de insectos fueron pioneros en España, pero no debemos olvidar que publicó también numerosos estudios botánicos (algunos de ellos de gran envergadura) y que su herbario es uno de los más importantes de España.

Lámina original de Graells para la publicación de su nueva especie Saturnia isabelae, en 1850.

Fruto de su dilatada formación y experiencia, en 1837, con 28 años de edad, Graells fue nombrado profesor interino de Zoología en el Museo de Ciencias de Madrid. Este nombramiento se lo debió al gran botánico Mariano Lagasca, amigo personal del padre de Graells, y una persona clave en la vida del joven Mariano. Lagasca es, probablemente, el botánico español con mayor proyección internacional. Fue discípulo de Antonio José de Cavanilles, el primer botánico español en utilizar el nuevo procedimiento taxonómico de Linneo.

Retrato del botánico Antonio José Cavanilles.

Con Simón de Rojas Clemente, padre de la Liquenología en España, publicó los primeros trabajos sobre Criptogamia en España. En 1814, tras la Guerra de la Independencia, fue nombrado director del Jardín Botánico. Pero en 1823, con la restauración del absolutismo, tuvo que abandonar el país. En su huida, perdió su herbario y su biblioteca. Regresó 11 años después, en 1834, recuperando su puesto como director del Jardín Botánico.

Manuscrito escrito de puño y letra por el propio Graells, con el que presenta uno de sus primeros herbarios (confeccionado desde los 12 años de edad), que fue revisado por el propio Mariano Lagasca.

Lagasca siempre ejerció de maestro y protector de Mariano, de modo que aprovechó su puesto de director en la Junta del Museo, para “colocar” a Graells, una designación “a dedo” que no gustó demasiado en el entorno del Museo de Ciencias Naturales. Pese a todo, la Junta del centro accedió a otorgarle la cátedra de zoología en propiedad. Poco después de su nombramiento, Graells trasladó su residencia a San Lorenzo de El Escorial.

Casa de Mariano de la Paz Graells en la antigua calle de la Parra (hoy Francisco Muñoz) de San Lorenzo de El Escorial.

Durante los años en los que Graells residió en San Lorenzo de El Escorial, acompañó a grandes naturalistas de la época en sus salidas de campo por la Sierra de Guadarrama. Tal es el caso del botánico inglés Philip Parker Webb (a quien debemos la catalogación de buena parte de la flora canaria) o del ilustre ornitólogo alemán Reinhold Brehm, a quien debemos el descubrimiento para la ciencia (entre otras muchas especies) de nuestra emblemática Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti). Brehm se enamoró de España y de las españolas, de hecho, se casó con una española que conoció en San Lorenzo de El Escorial, estableciendo aquí su residencia durante varios años.

Reinhold Brehm
Retrato de Reinhold Brem en el año 1852.

A Graells le tocó una época muy difícil para la investigación: Por un lado, el reinado absolutista de Fernando VII, que era contrario a cualquier tipo de innovación intelectual, y por otro lado, las guerras carlistas y las rencillas entre absolutistas y liberales, que terminaron de colocar a España en el vagón de cola de la ciencia europea. Al margen de sus logros para la ciencia, de Graells podemos decir que fue el primer gran naturalista español que dedicó sus mayores esfuerzos en sacar a España del “anonimato” científico en pleno siglo XIX. Se preocupó especialmente por la formación de nuevos naturalistas, en quienes había depositado todas sus esperanzas para sacar a España de su enorme atraso científico. Logró institucionalizar el estudio de la Zoología en España, siendo él el primer catedrático en la materia. Tras él, la Biología en España contó por primera vez con titulados universitarios.

Mariano de la Paz Graells con una de sus últimas promociones de alumnos del Real Museo de Ciencias Naturales de Madrid.

Aprovechando su buena posición institucional (fue el último naturalista cortesano y dirigió durante años el Real Museo de Ciencias Naturales y el Jardín Botánico de Madrid), Graells interpeló ante el Senado la urgente necesidad de reforestar el Monte Abantos. Con la finalidad de otorgarle a la Escuela de Ingenieros de Montes un área de experimentación y un jardín de ensayo, en 1869 se acordó el traslado de la escuela a San Lorenzo de El Escorial, instalándose en la Primera Casa de Oficios edificada por Felipe II.

Entre los años 1862 y 1870, en pleno período de las desamortizaciones, la mayor parte de los montes se sometieron a la subasta pública para recuperar las mermadas arcas del Estado. Buena parte de los montes que rodeaban el monasterio de San Lorenzo de El Escorial (entre ellos el Monte de La Jurisdicción, que ocupa la mayor parte de los terrenos del Monte Abantos), estaban destinados a acabar en manos de especuladores. La intervención de Graells en el Senado fue decisiva para que estos montes pasaran a formar parte del «campo de trabajo» de la Escuela de Ingenieros de Montes, tras su traslado a San Lorenzo de El Escorial. Fue entonces cuando el Ministro de Fomento Carlos Navarro Rodrigo tomó cartas en el asunto y dotó por fin a la escuela de un campo de prácticas: El Monte La Jurisdicción.

Oficiales de la Escuela de Ingenieros de Montes de San Lorenzo de El Escorial, dirigiendo los primeros trabajos de la reforestación, a finales del siglo XIX.

En el año 1891, bajo la dirección de Miguel del Campo Bartolomé, la Escuela proyectó la reforestación del Monte Abantos y solicitó al alcalde el acotamiento del predio y la suspensión del pastoreo para iniciar los trabajos de la repoblación. El monte estaba totalmente despoblado de árboles y la vegetación estaba formada por especies colonizadoras de monte bajo que acusaban la pobreza y la escasez del suelo. En abril de 1892 se comenzaron a plantar los primeros árboles.

Miguel del Campo (en el centro) proyectó y dirigió los trabajos de la reforestación del Monte Abantos.

Los trabajos de la reforestación del Monte Abantos se inauguraron oficialmente el lunes 25 de abril de 1892, con un solemne acto al que asistió el Ministro de Fomento Aureliano Linares Rivas, quien plantó un pino rodeno y posteriormente visitó las cuadrillas de peones sembradores y plantadores. Durante el acto, el ministro estuvo acompañado en todo momento por Miguel del Campo.

Xilografía del acto inaugural de la reforestación del Monte Abantos (Juan Comba, 1892).

Un proyecto de tal envergadura trajo consigo la instalación en el monte de varios viveros y casas para guardas. El principal de los viveros locales fue el de Los Llanillos, cuya construcción fue acordada por la Junta de profesores el 25 de mayo de 1891, un mes después de la cesión del monte a la Escuela.

Plano original del vivero forestal de Los Llanillos.

Fue entonces cuando el Jefe del Campo Forestal, Miguel de Campo, redactó un proyecto para la construcción de la primera de las casas para guardas, junto al vivero de Los Llanillos.

Plano original de la Casa de Los Llanillos (28 de mayo de 1891).

Para facilitar las labores de la plantación, se construyó una red de pistas y caminos por todo el monte, y se instalaron varios viveros donde se plantaban las especies forestales que luego iban a ser utilizadas en la repoblación.

Red de senderos y caminos construidos en la ladera del Monte Abantos durante la reforestación.

Aunque al principio Miguel de Campo no era muy partidario de introducir especies exóticas durante la reforestación del Monte Abantos, puso en marcha varios ensayos para identificar qué especies foráneas eran susceptibles de asilvestramiento, con el objeto de dotar al bosque de una mezcla en la masa principal que podría contribuir a la estabilidad del futuro bosque. Gracias a estas actuaciones, hoy podemos disfrutar de una diversidad arbórea muy singular en el Monte Abantos, con pequeños bosquetes de hayas, alerces, abedules y pinsapos, escondidos entre los pinares.

A principios del siglo XX ya se veían crecer los primeros pinos en el Valle del Romeral.

Los trabajos de la reforestación se prolongaron durante los cuarenta años que la Escuela de Ingenieros de Montes estuvo instalada en San Lorenzo de El Escorial, un período que trajo consigo progreso y bienestar económico al municipio.

Profesores de la Escuela de Montes de San Lorenzo de El Escorial, posando en el «árbol gordo» de La Herrería.

Un desgraciado incidente que se saldó con dos alumnos fallecidos motivó el traslado definitivo de la Escuela a Madrid en el año 1911, lo que supuso la finalización de los trabajos de reforestación en el Monte Abantos. En total se repoblaron 843 Has. de las 985 disponibles, utilizando para ello Pino Albar (Pinus sylvestris) y Pino Resinero (Pinus pinaster) como principales especies arbóreas, acompañadas de forma dispersa o en pequeños bosquetes de pinsapos, hayas, alerces europeos, fresnos, abedules, cipreses, olmos, castaños, arces…

El «Hayedo Escondido» es uno de los secretos del Monte Abantos. Así luce en la actualidad durante el otoño.

Para visitar este punto de interpretación en el C.E.A. Los Llanillos, contacta con el Aula de Naturaleza Graellsia (info@graellsia.com; 649100395).

Punto de Interpretación del C.E.A. Los Llanillos.