21 de noviembre de 2024
Microplásticos Madrid

Estamos convirtiendo mares y ríos en «sopas» de microplásticos.

Cuando realicé mis estudios universitarios de Biología, allá por los años 90, se hablaba ya con cierta preocupación de los grandes problemas a los que se enfrentaría la humanidad a corto plazo: Acumulación en la atmósfera de gases de efecto invernadero, agujero en la capa de ozono, contaminación atmosférica, contaminación de las aguas, gestión de residuos… Poco se hablaba de la problemática que iba a generar el plástico, ese polímero tan barato, versátil y resistente. Aunque las primeras voces de alarma surgieron en los años 70, en los 90 no había mención alguna sobre los llamados «microplásticos», un término relativamente reciente que se acuñó en el año 2004 a raíz de un estudio de investigación sobre biología marina realizado en Reino Unido. Tras analizar las muestras de la arena de varias playas, además de sedimentos y fragmentos de conchas (lo normal), los investigadores se encontraron con diminutos fragmentos de plásticos. Desde entonces hasta hoy (han pasado dos décadas) se han multiplicado los estudios sobre los microplásticos, investigaciones todas ellas que revelan la enorme magnitud del problema.

Los microplásticos están presentes en prácticamente todas las playas del mundo.

Los primeros estudios evidenciaron la presencia de microplásticos en todos los ecosistemas de la Tierra, y muy especialmente en los mares (todo el mundo ha oído hablar de la famosa «isla de plástico» del Pacífico, del tamaño de Mallorca). Los microplásticos se extienden por todos los mares del planeta, del Ártico al Antártico, convirtiendo a los océanos en auténticas «sopas» de plásticos. Un equipo de investigadores del Instituto Alfred Wegener (AWI) del Centro Helmholtz de Investigaciones Polares y Marinas (Alemania), llegó a contabilizar hasta 12.000 partículas de microplásticos en un litro de hielo marino.

La gran «isla de plástico» del Pacífico fue descubierta en el año 1997. Se cree que está formada por 80.000 toneladas de plástico.

Desde 1950 el ser humano ha producido (y sigue produciendo) millones y millones de toneladas de plásticos. En estos 90 años la especie humana ha generado una enorme dependencia por el plástico, hasta el punto de que hoy es un hecho constatado que el plástico nos invade en forma de microplásticos vayamos donde vayamos, ya sean montañas aisladas, bosques, ríos… Quizás no lo sabemos, pero cuando llenamos nuestra cantimplora en un manantial de montaña, ese agua contiene microplásticos. Comemos plástico, incluso nos vestimos con plástico.

El ciclo del plástico en nuestras vidas (Fuente: United Nations Environment Programme).

¿Han servido para algo las políticas que fomentan el reciclaje durante los últimos años? Bueno, para quitarnos de encima aproximadamente un 9% de todo ese plástico producido en el mundo. El resto, por ahí está, rodeándonos por todos lados. Insisto, millones de toneladas de un material que nunca llegará a desaparecer por completo, sino que se irá descomponiendo paulatinamente en diminutos fragmentos de menos de 5 mm (microplásticos), incluso de menos de una micra (nanoplásticos).

Investigadores de la Universidad de Presov (Eslovaquia) encontraron microplásticos en las hojas de las plantas Dipsacus.

Ahora que sabemos que estamos rodeados por micro y nanoplásticos, que ningún ser vivo se libra de ellos, que los consumimos a diario ya sea en el agua embotellada o del grifo, que los respiramos, que los comemos, que los tenemos circulando por nuestro torrente sanguíneo y que está presente en prácticamente todos nuestros tejidos orgánicos, cabe preguntarse si estamos expuestos a algún problema de salud.

Un estudio muy reciente aporta datos verdaderamente preocupantes a este respecto. El profesor estadounidense Jaime Ross estudió los efectos neurológicos y las respuestas inflamatorias de los microplásticos en el cuerpo de ratones de laboratorio. Investigaron la acumulación de microplásticos en varios órganos y otros tejidos de los ratones. Pronto se descubrió que el comportamiento de los ratones había cambiado, observaron cambios repentinos en la conducta que vincularon con la demencia de los humanos.

Otro estudio muy reciente revela que los nanoplásticos  pueden entrar a las células y dañar la maquinaria celular, lo que conduce a un estrés oxidativo. Debido a que las partículas plásticas no son biodegradables, los esfuerzos de las células para degradar el plástico internamente pueden obstruir los sistemas de eliminación de los residuos de células, lo que conduce a la acumulación de toxinas.

A la semana ingerimos una cantidad de microplásticos equivalente al tamaño de una tarjeta de crédito.

Y ante este panorama, ¿qué podemos hacer? Pues como dice Manuel Maqueda, experto en contaminación por plásticos, volver a la economía circular, es decir, obtener un valor (cubrir las necesidades vitales) sin extraer recursos finitos ni generar residuos. Algo tan sencillo como eso, vivir como lo hacían nuestros antepasados no hace mucho. Producir cosas para que podamos usarlas, cuidarlas, repararlas, mantenerlas, pasarlas de padres a hijos… lo que se ha hecho siempre. Tenemos que renunciar a todo aquello que implique «usar y tirar», detener de una vez por todas el ciclo de extraer – fabricar – tirar, que es como hemos articulado nuestra economía más reciente. ¿Es viable? Como bien dice Maqueda, «es inevitable», lo que no es viable es seguir con esa economía lineal de comprar, usar y tirar. ¿Y cómo lo hacemos? Primero tenemos que ser conscientes de cantidad de residuos que generamos y tiramos cada día. Tenemos que intentar eliminar los residuos, no depositarlos en el contenedor correspondiente, quitarlos de nuestras vidas en la medida de lo posible.

Tenemos que aprender a educarnos a nosotros mismos y asumir que con reciclar no es suficiente. Nada ni nadie nos garantiza que ese envase que acabas de dejar en el contenedor amarillo va a ser reciclado.  Además, los únicos reciclajes verdaderamente eficientes son los del papel y cartón, el vidrio y el aluminio. El plástico no ha sido diseñado para tener pureza y, por tanto, apenas puede ser reciclado. Las industrias llevan varias décadas adoctrinando a la sociedad, haciéndonos creer que somos responsables del fin de vida de los envases que ellas mismas diseñan y fabrican. Ese reciclaje que nos quieren inculcar no funciona, y la prueba la tenemos en los cientos de vertederos de plásticos no reciclables que proliferan en países como Turquía, principal importador de los residuos de plástico de Europa.

Tampoco sirve excusarse en las políticas o en el sistema, o que como ciudadanos «hacemos lo que podemos». El plástico no es un material seguro para almacenar agua o nuestros alimentos, no solo por la cantidad de microplásticos y nanoplásticos que desprende y acaban en nuestro organismo, sino también por sus aditivos. Recordemos que para fabricar plástico y darle las propiedades que se buscan hay que usar aditivos. Hay miles de aditivos que se usan para fabricar plásticos, muchos de los cuales son peligrosos y tóxicos para la salud.

Nadie nos obliga a comprar plástico de usar y tirar, somos nosotros los que vamos al supermercado y elegimos comprar toda la comida envasada en plástico. Empecemos por cambiar nuestros hábitos con cosas tan sencillas como llevar bolsas de tela al supermercado, comprar a granel todo lo que se pueda, usar envases de vidrio y, lo más importante: Quitar los plásticos de usar y tirar de nuestras vida. Mantengamos nuestras cosas en uso, reparándolas cuando se estropeen, compremos más de segunda mano… Esta es una buena manera de empezar a recuperar la economía circular.

Miguel Ángel López Varona

Biólogo, Educador Ambiental y Guía de Montaña.

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